
07 Feb Terapia Intensiva

Esa hubiese sido la peor de todas las dictaduras posibles de las que tanto hablan esos intelectuales molestosos, esos que se pasan repitiendo todo lo que leyeron en libros de autores generalmente extranjeros. Parásitos. Se creen los únicos inteligentes y los más grandes demócratas, pero en realidad no saben nada. Ya los quiero ver hablando de derechos humanos en una comisaría de Alto Paraná, cuando quisieron entrar esos guerrilleros del 14 de Mayo, allá por fines de los 50. Habrase visto, ponerle como nombre a su grupo terrorista la fecha de nuestra soberana independencia. ¡Nuestros héroes también los habrían fusilado por traición a la patria, como debe ser! Por suerte me adelanté a esos guerrilleros y mandé a mi mejor general para que les diera su merecido. Tuvo suerte este país de que me haya dado cuenta a tiempo de lo que pretendían hacer esos degenerados blasfemos. Menos mal que los yanquis reconocieron mi predisposición para que triunfe la democracia en est

Pero ahora no sé cuánto tiempo hace que estoy aquí, postrado en esta cama de hospital. Desde que me dijeron que tenían que operarme volví a recordar todo lo que hice por la patria. Todo. Varias veces ya vinieron a buscarme todos esos contra quienes tuve que actuar. No dicen nada, aparecen de repente pero no dicen nada. Se paran en la punta de la cama y me observan con una inexpresividad que no conozco. Yo les digo que no les temo, que se atengan a las consecuencias, que conmigo no se juega, que ya saben lo que les espera una vez que me levante de aquí y los persiga hasta sus casas. Les grito: ¡fuera de aquí, apátridas miserables!, pero se quedan como si no les importara que el que les esté g

ritando sea yo. Pareciera que se olvidan que he vencido siempre ante su odio malsano y corroído por sus libros. Han venido cientos ya, y tal vez hasta hayan sido miles. Vienen mujeres con niños en sus brazos, jóvenes imberbes con camisas desgarradas, adultos despeinados con el rostro hinchado, y hasta ancianos misteriosos con el rostro curtido de arrugas y moretones que se agrandan como el silencio. Hay mucho silencio aquí, y más aún cuan
do empiezan a venir. Yo no les temo porque sé que están muertos, pero cada vez que vienen me mantengo inmóvil para despistarlos. Me quedo quieto porque sus rostros parecen querer algo que no conozco o que no quiero. Y este imbécil de Mario que no viene. Dónde carajos se mete cuando lo necesito. Ahí empieza nuevamente. Vienen como si fuese en caravana. ¿Por qué son tantos en esta ocasión? ¿Dónde están mis defensores cuando los necesito? ¿Por qué ríen si saben que no les temo y que me los cargaré implacablemente una vez que me levante? ¿Qué hacen? No, esperen, no me pueden agarrar, soy yo quien los agarrará a ustedes. ¡Déjenme en paz en este sueño! ¡No pueden llevarme, los haré arrestar! ¿Quieren que se les torture? ¿Quieren morir de nuevo? Ahora vienen todos al mismo tiempo y cambian la inexpresividad de sus rostros por una carcajada aterradora. ¡Callen, terroristas! ¿Qué no ven que estoy enfermo? ¡Déjenme aquí con mi silencio! ¡No pueden tocarme, está prohibido! ¡Ustedes están muertos, no pueden llevarme! ¡Mario! ¡No pueden llevarme! ¡Están muertos! ¡Mario! ¡Dónde estás cuando te necesito! ¡Dónde están todos! ¡Mario! ¡Mario…!
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